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Los musulmanes inventaron el caramelo en Creta

 

La palabra azúcar proviene del sánscrito sarkara. Los griegos distorsionaron la pronunciación en saccharon, los romanos en saccharum y los árabes en súkkar lo que originaría a su vez azúcar en castellano, sugar en inglés, sucre en francés, zucchero en italiano y zucker en alemán. Cuando los árabes conquistaron Persia a partir del año 641 aprendieron a cultivar la caña de azúcar y difundieron la novedad en Egipto, Sicilia, Marruecos y España desde donde pasó a la Europa cristiana.
En Creta los musulmanes establecieron la primera refinería de azúcar a mediados del siglo IX. Dentro de este procesamiento industrial elaboraron distintas golosinas. Entre ellas el qandi, un azúcar cristalizado que servía para mantener un largo tiempo en la boca. Esto permitía saborearlo sin que se disolviera. También en árabe se lo llamó kúra al-milh (‘bola de sal’) por su apariencia. Esta frase originó el término caramelo. Por su parte, qandi dio lugar a la palabra inglesa candy, sinónimo de dulce y caramelo. Y la ciudad de la Creta musulmana donde se encontraba la fábrica de caramelos se denominó por eso Candía (hoy Heraklión).

 

 

 

50. Metamorfosis etimológica de la naranja


La naranja (del árabe: naranÿa, y éste del persa: naranguí) fue originalmente importada de Asia oriental. No deja de llamar la atención el proceso por el que la naranja deja su nombre en las lenguas europeas, y a cambio transforma el suyo en árabe. En portugués se dice laranja, y en varios idiomas europeos, como el inglés y el francés (orange), sin la consonante inicial, pasó al vocabulario de la alimentación y a la gama de los nombres de color.
En cambio el nombre con el que pasa a conocerse, posteriormente, en árabe es el de burtuqal, que proviene del país Portugal, donde hubo grandes plantaciones de excelentes naranjas especialmente en la región sureña de Algarve (del árabe: al-garb “el oeste”) durante el período de Al-Ándalus.

 

 

 

51. ¡Marsala no es un vino!


El 14 de junio de 827, en Mazara del Vallo (Trapani), 119 km al sur de Palermo, una flota de unos setenta navíos desembarca una fuerza de mil infantes y 700 jinetes árabes y bereberes al mando del jurista Abu Abdallah Asad Ibn al-Furat Ibn Sinan, dando comienzo a dos siglos de dominación musulmana. Cerca del lugar del desembarco, se funda un puerto llamado Mashallah (‘Dios así lo quiso’) por los recién llegados, italianizado más tarde como Marsala.

 

 

 

52. «El sultán bautizado»


Federico II Hohenstaufen (1194-1250), «emir», «sultán bautizado». Estos epítetos, lanzados como una ofensa a la cara del suevo por parte de sus adversarios de la Curia pontificia y por los propagandistas güelfos, han sobrevivido a lo largo de los siglos. El extraordinario arabista italiano del siglo XIX, Michele Amari (1806-1889), retomaba estos calificativos usándolos como un cumplido. Los han repetido hasta nuestros días todos los biógrafos del que, para las fuentes árabes, era al-Imbiratur. Fuentes musulmanas al respecto atestiguan que, en Palermo, había sido educado por los jefes de la comunidad islámica; y fuentes occidentales aseguran que, demás de latín, hablaba griego y árabe.
Cierto es que Federico había conocido desde muy joven la cultura islámica y que sin duda la admiraba. En este aspecto continuaba una tradición ya iniciada en la época normanda: Roger II había favorecido los estudios geográficos y cartográficos de Idris, y los dos Guillermos promovieron la traducción de obras de astronomía y matemáticas. El suevo dirigió con vehemencia sus intereses hacia el campo más especulativo, el de la filosofía y las ciencias naturales.
En 1227; Michael Scot llegó a la corte de Federico II. Británico de nacimiento, toledano por aprendizaje, no tardó en naturalizarse siciliano y acaparar en su persona la extenuante actividad de los traductores del árabe del siglo XII-XIII. Había ya traducido entero el célebre Kitab al-hay’a, el «Tratado de la esfera» de Abu Ishãq Nur ad-Din al-Bitrugi (que los occidentales conocían como «Alpetragius»), en el que el movimiento del sol y de los planetas se explicaban en concordancia con la física aristotélica. (...) Gracias a Michael Scott la Sicilia sueva se convirtió en el lugar elegido para el estudio del pensamiento aristotélico filtrado principalmente a través de Avicena y Averroes.
A mediados de los años treinta del siglo XIII ingresó en la Magna Curia de Palermo otro erudito de alto nivel: Teodoro de Antioquía, enviado al emperador por el sultán de Egipto, que trabajó en la cancillería redactando la correspondencia en árabe dirigida a las cortes musulmanas. (...) Teodoro, cristiano monofisita de Siria («jacobita»), interpretó textos y conocimientos del Oriente Próximo y del Magreb, tradujo para el emperador un famoso tratado árabe de cetrería, elaborado por el cetrero Moamin. Federico era un apasionado de este arte, que había durante la cruzada. Sin embargo, no satisfecho con los eruditos de los que se había rodeado en la Magna Curia y de los que vivían en otros lugares de su reino —como en el nuevo centro universitario de Nápoles o en la antigua y venerable escuela de Salerno—, el soberano organizó una serie de investigaciones acerca de los temas científicos más variados, que implicaron a toda la cuenca mediterránea. Nos ha llegado un admirable testimonio de ello en el códice Kitab al-masa’il as-siqilliyya («Libro de las cuestiones siciliana») redactadas por Ibn Sab’in, originario de Murcia, místico sufi, al que su soberano —el emir almohade Abd al-Wahid— había planteado una serie de cuestiones que el emperador había enviado a todos los principales países del Islam mediterráneo y de Oriente Próximo solicitando una respuesta 
(Véase Franco Cardini: NOSOTROS Y EL ISLAM. Historia de un malentendido, Editorial Crítica, Barcelona, 2002, pp. 103-104).

 

 

 

53. La mejor fe


El Novellino que es obra de un ignoto compilador, probablemente florentino, de los últimos treinta años del siglo XIII, encierra un grupo distinto de cuentos provenientes de la corte de Federico II, el emperador arabizado e islamizado.

 

 

 

También encontramos en el Novellino a Salahuddín al-Ayyubí (1138-1193), más conocido como Saladino, el sultán de la tercera cruzada,«muy noble señor, valiente y liberal». Por él, el Islam cumple un gran papel al lado de la religión cristiana; da también a su tiempo una lección de piedad a los caballeros cristianos. 
Un día de tregua, Saladino hizo una visita al campo de los cruzados. Vio a los señores comiendo en las mesas «cubiertas con manteles blanquísimos»; vio la comida del rey de Francia y elogió mucho ese orden. «Pero viendo a los pobres miserablemente en tierra, condenó eso enérgicamente diciendo que los amigos del Señor Dios comían de una manera más vil que los otros». Después llegó a los cruzados el turno de ir al campo de Saladino. El sultán los recibió en su tienda, donde pisotearon una alfombra con dibujos de cruces; «escupían encima como sobre la tierra desnuda». Entonces él los reprendió severamente: «Predicáis por la cruz, y venís a ultrajarla ante mis ojos; no amáis a vuestro Dios más que con palabras y en apariencia, no en acción» (Novellino, 71).
Otra de las historias trata de la fe judía. Saladino, necesitando dinero para continuar la guerra santa contra los cruzados, llamó a un rico judío para confiscarle parte de su fortuna y destinarla para ese emprendimiento. Pero, el indulgente soberano musulmán quiso concederle una alternativa al comerciante y le propuso un acertijo. Le preguntó cuál era la mejor fe; si el judío contestaba: la judía, era menospreciar la fe del sultán; si decía: la musulmana, era una apostasía; en uno y otro sentido, un pretexto de confiscación. Pero el judío tenía reservado una historia edificante: «Excelencia, había un padre que tenía tres hijos y un anillo adornado con una piedra preciosa, la mejor del mundo. Los tres hijos rogaban al padre que les dejara la sortija al morir, y el padre para contentar a todos, llamó a un buen orfebre y le dijo: “Señor, hacedme dos anillos semejantes a éste y colocadle a cada uno una piedra parecida a ésta”. El maestro hizo los anillos tan parecidos que nadie fuera del padre, podía distinguir el verdadero. Llamó aparte a cada uno de sus hijos, y le dijo el secreto a cada uno, y, cada uno, creyó recibir el verdadero anillo, que el padre solo conocía bien. Es la historia de las tres religiones, excelencia. El Padre que las ha dado sabe cuál es la mejor, y cada uno de sus hijos, es decir nosotros, creemos que tenemos la buena». El sultán quedó maravillado, y dejó que el judío se marchara sin pedirle nada (Novellino, 112).

 

54. Un elefante en Alemania


Una de las primeras grandes travesías que tuvo como protagonistas a viajeros musulmanes del Oriente se refiere a aquella embajada enviada por el abbasí Harún ar-Rashíd (766-809) a la coronación del Emperador de Occidente, Carlomagno (742-814), en Aquisgrán (hoy Aachen, Alemania). Ésta arribó a destino el 30 de noviembre del año 800 (la ceremonia estaba prevista para la Navidad a cargo del Papa León III), luego de recorrer varios miles de kilómetros desde Bagdad.
Los embajadores del Islam le llevaron al rey de los francos como prueba de buena voluntad, un elefante, animal que no se veía en esas latitudes desde los tiempos del estratega cartaginés Aníbal (247-183 a.C.).
El paquidermo desfiló por las calles camino de palacio aclamado por una alborozada multitud. Carlomagno quedó encantado con este obsequio y otros magníficos presentes cedidos por el califa bagdadí, como un juego de ajedrez, camellos, especias y perfumes, un reloj hecho por sus relojeros que tañía una campanada cada hora, y un órgano musical neumático, el primero de su clase que entraba en Europa.

 

 

 

55. No me mueve, mi Dios, para quererte


Rabi’a al-’Adawiyya (713?-801) nació en Basora (Irak) en el seno de una familia pobre. Fue una mujer piadosa que a pesar de su belleza inusitada se despreocupó de la vida mundanal, dedicándose exclusivamente al ascetismo y gnosticismo del Islam. Poetisa, una de sus súplicas expresa su profundo pensamiento:

 

 

 

«¡Oh mi Señor!, si Te adoro por miedo del Infierno,
quémame en el Infierno,
y si te adoro por la esperanza del Paraíso,
exclúyeme de él,
pero si te adoro por Ti mismo
no me apartes de Tu belleza eterna»

(Margaret Smith: Rabi’a the mystic and her Fellow-Saints in Islam, Cam¬bridge, 1928, p. 30).

El teologo y místico iraní al-Gazalí (1058-1111), en su Ihiá ‘Ulum al-Din (“Vivificación de las ciencias de la fe”) concuerda con este pensamiento de Rabi’a y agrega: «... el que ama a Dios solamente como benefactor y no lo ama por Dios mismo, es evidente que lo amará con menos intensidad, pues que su amor dependerá tan solo de los beneficios que de El reciba, los cuales pueden ser muchos o pocos, y además, en el momento de la tribulación no podrá amarlo como en el de la prosperidad y bienestar; en cambio, si ama a Dios por Dios, es decir, porque merece ser amado en razón de sus perfecciones infinitas, por su hermosura, majestad y gloria, no aumentará ni amenguará su amor en función de los beneficios, muchos o pocos, que de El reciba».

La islamóloga Luce López-Baralt de la Universidad de Puerto Rico dedica un capítulo entero de su obra erudita Huellas del Islam en la literatura española. De Juan Ruiz a Juan Goytisolo (Hiperión, Madrid, 1985, Cap. V, pp. 99-117), para demostrar con múltiples análisis que la oración de Rabi’a es la fuente directa o indirecta del famoso soneto anónimo de fines del siglo XVI, o principios del XVII, y que reza así (citado por Álvaro Galmés de Fuentes: Ramón Llull y la tradición árabe. Amor divino y amor cortés en el «Llibre d’Amic e Amat», Quaderns Crema, Barcelona, 1999, pp. 70-71:

 

 

 

«No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte

Muéveme, en fin, tu amor en tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera».

El padre jesuita arabista e islamólogo Miguel Asín Palacios (1871-1944) confirma su origen islámico en El Islam cristianizado. Estudio del «sufismo» a través de las obras de Ibn ‘Arabi de Murcia, Hiperión, Madrid, 1981.

 

 

 

56. Aviadores musulmanes del siglo XVII


Hezarfen Ahmed Çelebí, un joven historiador otomano, inspirado por sus estudios sobre el vuelo del águila, luego de nueve intentos experimentales diseñó un aparato que era una especie de traje con alas y ciertos mecanismos. Su intento final tuvo lugar en 1638 y su plataforma de lanzamiento fue la Torre Galata de 56 metros de altura en el barrio de Pera, en Estambul (Europa).

 

 

 

La Torre Galata (56 mts.) como se encuentra hoy 
en Estambul (Turquía)

 

El vuelo fue exitoso, y Hezarfen aterrizó en la orilla asiática del Bósforo, en Uskudar (Scutari), a una distancia de más de 800 metros, luego de haber pasado raudamente sobre el palacio de Topkapi. 
El nombre Hezarfen significa “experto en mil ciencias” y de hecho mil monedas de oro fueron dadas por su extraordinaria hazaña a Hezarfen por el sultán Murad IV. Pero luego, por los celos y las habladurías de cortesanos y alfaquíes fue desterrado a Argel donde falleció a la temprana edad de 31 años. Hoy el aeropuerto de Estambul honra su nombre.

Un amigo de Hezarfen, Lagari Hasan Çelebi está considerado la primera persona que voló propulsada por un cohete. Poco tiempo después de la experiencia de Hezarfen, Lagari compuso un artefacto que consistía en un cajón que terminaba en un cono con un depósito que se rellenaba con pólvora. El lanzamiento de Lagari fue desde el palacio de Topkapi para celebrar el nacimiento de la hija del sultán Murad. El insólito aviador cayó suavemente sobre las aguas del Bósforo después de haber recorrido 300 metros en 20 segundos. Fue recompensado por el sultán con una posición de prestigio dentro del ejército otomano. Hezarfen fue el segundo y Lagari el tercero en la lista de pioneros de la aviación. El primero fue Ibn Firnas de Córdoba. De manera, que los tres primeros pilotos de la historia fueron musulmanes. Un record ignorado por la historiografía occidental.

57. Las empanadas de la Chacha


Los argentinos consumimos diariamente alimentos que nos imaginamos propios como las empanadas, las albóndigas, el dulce de leche, los buñuelos y los alfajores. Sin embargo, esta tradición gastronómica esta originada en las recetas de Al-Ándalus, la España musulmana. Las primeras referencias a la empanada se encuentran en la antigua Persia siglos antes de Cristo. 
Desde allí se puede imaginar su viaje hasta el pueblo árabe con sus tradicionales fatay o esfiha, con carne de cordero y trigo burgol, ya muy similar a nuestra empanada. Desde la España andalusí fue traída por los conquistadores y colonizadores a América.
Veamos todo lo que nos tiene que decir sobre la empanada María Elvira Sagarzazu, una reconocida especialista argentina en gastronomía morisca en el Río de la Plata: «Entre todos los platos, la empanada quedaría como el más acabado representante de la gastronomía árabe. Porque no lleva cerdo; porque la carne se sazona principalmente con comino; porque se la desgrasaba como para kebbe y se la endulza con pasas y algo de azúcar. El método mismo, de encerrar porciones de relleno en una hoja de masa individual, a menudo hojaldrada, remite a su más antigua pariente, la sambusak (la palabra evoca una forma triangular) persa».

 

 

 

La profesora Sagarzazu también enfatiza que la cocina argentina original, al estar sumamente influenciada por la tradición culinaria islamo-morisca ha desechado el cerdo como componente de los diversos manjares: 
«El chorizo, en la Argentina apellidado criollo, se hace con carne vacuna, a diferencia del colorado o español de cerdo. (...) La veda porcina también marca la diferencia entre platos argentinos anteriores y posteriores a la inmigración. La tortilla de papa es de amplia difusión en la Argentina pero a diferencia de España, no contiene chorizo de cerdo; se hace con huevos, papas y a veces con cebolla. La versión con chorizo es llamada española, justamente para diferenciarla de la común sin cerdo».

 

58. ¿Y el dulce de leche?


Por su parte la historia del dulce de leche es más que interesante.

 

 

 

Su origen es el arrope, del árabe ar-rub, que expresa la idea de “jugo de fruta cocido”. Sagarzazu nos dice que es «una versión derivada del hispanoárabe arrope utilizado por los moriscos, entre otras cosas para pegar las tapitas de los alfajores. (...) Postre identificatorio de la Argentina es el dulce de leche, aunque no haya nacido aquí. Ni en Chile, Méjico o los demás países que reclaman ser su cuna porque también lo consumen desde tiempos coloniales con diferentes denominaciones; en ninguna región, con todo, sobrepasa la totalitaria popularidad que lo convertiría en estrella de la repostería rioplatense, acompañando gran número de recetas cuyos rellenos en otras latitudes aceptan dulces alternativos. (...) El hilo civilizatorio que va del alfajor al dulce de leche, se torna visible al examinar la receta: la leche ha reemplazado al jugo de frutas, por lo que en realidad, nace por analogía con los arropes. La preparación del arrope era conocida por los andalusíes ya en el siglo XI y figura entre las preferencias moriscas; involucra un proceso de cocciones y descansos hasta lograr la reducción del líquido a un cuarto, como expresa la raíz árabe de arrope, rub, del mismo origen que cuatro. (...) Entre el mundo árabe y los argentinos circula una corriente de simpatía hacia las cosas dulces de la que no tomamos conciencia hasta que paladeamos conscientemente postres de otras regiones del mundo y notamos que nuestro tenor de azúcar es elevado en comparación al de España o Francia. (...) Los árabes hicieron uso generoso del azúcar porque conocieron la técnica del cultivo de caña desde muy temprano, introduciéndola en España. (...) El azúcar ha desarrollado en nosotros lo que los ingleses llaman sweet tooth (diente para los dulces) que no es otra cosa que el hábito de endulzar los alimentos con más azúcar que otros pueblos y por cierto que sin tal entrenamiento es imposible disfrutar del dulce de leche a cucharadas, y como se sabe, esa dulzura es sinónimo de local, de ahí el dicho de “ser más argentino que el dulce de leche”. He aquí algo que no se debe endilgar a los españoles. (...) El rechazo de la mayoría de los españoles hacia la minoría hispanoárabe ha sido expresado de manera a veces vociferante y a veces sutil, como podría ser el caso del azúcar que por ser cosa de moros gozaría de menor prestigio que el alcanzado en la gastronomía hispanoamericana en general, famosa por sus dulces y golosinas desde los tiempos coloniales. La fobia a los moriscos fue tan pronunciada entre algunos españoles que hasta cuanto comían sería objeto de escarnio. Un campeón del fanatismo, Pedro Aznar Cardona (Expulsión de los Moriscos de España, Huesca, 1612), escribe: “los moriscos comen cosas viles” y en la lista de ellas anota albóndigas, pasas, higos, miel, arrope, melones, pepinos, duraznos....»
Véase María Elvira Sagarzazu: La Argentina encubierta, Ovejero Martín Editores, Rosario, 2000.
—La Conquista Furtiva. Los hispanoárabes en el Río de la Plata, Ovejero Martín Editores, Rosario, 2001.


 

59. Cuando los españoles eran románticos


La España Musulmana, llamada Al-Ándalus (711-1492), tuvo una enorme influencia en la composición de los romances españoles de gesta de los siglos XV y XVI. El siguiente romance popular, impreso en el Romancero de 1550, nos presenta al rey Juan II de castilla (1405-1454), a la vista de Granada, tomando informes del moro Ibn Ammar (Abenámar):

 

 

 

 

 

El recinto amurallado (alcazaba) de la Alhambra en Granada, vista desde la falda de la colina que cae sobre el curso del río Darro, próximo al barrio del Albaicín. Al fondo, la Sierra Nevada

 

«Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había.
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida;
moro que en tal signo nace,
no debe decir mentira».
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que decía:
«No te la diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía:
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto pregunta, rey,
que la verdad te diría.
«Yo te agradezco, Abenámar,
aquesta tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!»
«El Alhambra era, señor,
y la otra la Mezquita;
los otros los Alijares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día
y el día que no los labra
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía».
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
«Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla».
«Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería».

60. El pobre de Asís y el sultán


Una historia poco conocida fuera del mundo académico es el encuentro del santo italiano Francisco de Asís (1182-1226) con el sultán ayyubí Nasiruddín Malik al-Kamil (1180-1238), sobrino del famoso Saladino.
Opuesto a la idea de las Cruzadas, Francisco escribió el Capítulo XVI de la llamada Regla no Bulada que aparece con el título de “Los que van entre sarracenos y otros infieles”.
En él ubica claramente la nueva perspectiva de los hermanos franciscanos: no van a matar, en todo caso van a morir como testigos del otro rostro del crucificado que no mata para defender su honor sino que muere por amor.
En el capítulo 16 de la Regla no Bulada nos encontramos, por vez primera en las prescripciones de las Ordenes católicas, una invitación a la tolerancia con los creyentes de otras religiones. Textualmente dice San Francisco:

 

 

 

«Cualquier hermano que quiera ir entre sarracenos y otros infieles vaya con la licencia de su ministro y siervo. Y el ministro déles licencia y no se la niegue, si los ve idóneos para ser enviados... Y los hermanos que van, pueden comportarse entre ellos espiritualmente de dos modos. Uno, que no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos. Otro, que, cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que crean en Dios Omnipotente, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y hagan cristianos» (RnB 16,3-7).

Palabras que situadas en la atmósfera de cruzadas y enfrentamiento religioso de la Edad Media y en el estado de cristiandad al que pertenecía Francisco no dejan de tener un tinte profético y de adelantamiento en muchos siglos al tiempo que a Francisco le tocó vivir.
Una crónica nos relata que en su primera ida a Roma fue muy mal tratado por Inocencio III y no es de extrañar: las propuestas evangélicas de su movimiento contradecían frontalmente no solo la política papal sino el sentir prácticamente unánime de los fieles:
El Papa, después de haber observado atenta y despectivamente aquel personaje de hábito extraño, de rostro aciago, barba larga, cabellos incultos, cejas negras y caídas, y del otro la petición que le presentaba, tan ímproba e imposible según el sentido común eclesiástico, lo despreció y le dijo:

«Vete, hermano, búscate unos puercos, que te asemejas más a ellos que a los hombres. Revuélcate con ellos en el barro y, consagrado como su predicador, preséntales a ellos la Regla (no bulada) que has preparado».

Francisco no se turbó, e inmediatamente salió con la cabeza inclinada. Tuvo bastante dificultad en encontrar a unos puercos; pero cuando por fin se topó con una piara, se revolcó con ellos en el barro hasta quedar totalmente enlodado de pies a cabeza. Reducido a este estado volvió a la sede pontificia y dirigiéndose al Papa dijo:

«Señor, he hecho tal como lo ordenaste; ahora, te ruego, escucha mi solicitud» …

Francisco pudo llegar al delta del Nilo en Egipto en julio/agosto de 1219, más precisamente hasta los cruzados que cercaban la ciudad de Damietta, ciudad de una especial importancia estratégica y espiritual. Los musulmanes creían que en esta ciudad santa tendría lugar algún día el juicio final. Ambos bandos pensaban que aquí se decidiría la guerra.
El aspecto que los cruzados ofrecieron al nuevo huésped de Asís no fue nada edificante: Tensión y diferencias entre los soldados de los diversos países y ciudades, borracheras, avaricia, crueldad y desenfreno sexual. Un día, a ocho prisioneros musulmanes les cortaron las orejas, narices, labios y brazos y les sacaron los ojos. 
En junio el sultán Nasiruddín al-Malik al-Kamil —según diversas fuentes hombre sabio, justo y magnánimo— había ofrecido la paz a los invasores europeos, haciendo la proposición ventajosa de cederles Jerusalén a cambio de que se retirasen de Egipto.
Fue el delegado papal, el cardenal español Pelagio Galván quien se opuso a tan atractivo ofrecimiento diciendo :

 

«El Concilio ha querido la cruzada, es una clara expresión de la voluntad de Dios; hay que llevarla, por tanto, hasta la victoria total».

 

Con ello se significaba que no sólo se pretendía la conquista de los Santos Lugares, sino el aniquilamiento de los musulmanes y la extensión del dominio cristiano.
En tal ambiente Francisco no podía sentirse cómodo. Trató de convencer a los soldados para que no lucharan. Le fue bien con los italianos, que entendían su lengua. Otros le tomaron por loco, utópico, pacifista peligroso que dañaba los intereses de la cristiandad. 
Varias veces trató de convencer al cardenal de la necesidad de la paz; pero sin éxito. Se ofreció para ir hasta el sultán; pero no se le permitió. Luego, el 29 de agosto, sucedió lo tan temido: un ataque por sorpresa del ejército musulmán causó la muerte de seis mil cruzados. Entonces el cardenal Pelagio se decidió finalmente permitir a Francisco visitar al Sultán, pero por su cuenta y riesgo, no como mensajero oficial de paz.
Junto con su hermano, fray Iluminado, atraviesa Francisco la tierra de nadie… Pronto los dos viajeros son apresados por los guerreros musulmanes. Francisco les aclara:

 

«Yo soy un cristiano. Llevadme a vuestro señor». Como queriendo decir: “No soy un cruzado, sino un auténtico cristiano; por tanto, ¡no un enemigo, sino un hermano!”.
El encuentro con el sultán está relatado por san Buenaventura (1221-1274), biógrafo de Francisco: «“El sultán le pregunta, ¿Por qué los cristianos predican el amor y hacen la guerra?”.
A Francisco se le saltan las lágrimas (Tampoco él entiende las cruzadas de las armas) y responde: “Porque el amor no es amado”».


En primer lugar, el sultán al-Malik al-Kamil, que hasta entonces sólo conocía de lejos a los cruzados como enemigos, encontró en Francisco a un auténtico cristiano, a un hombre de Dios, a un hermano. Se dio cuenta de pronto que ser cristiano no significaba necesariamente ser cruzado. 
Dos hombres de distintas facciones se sintieron amigos. Francisco no se dejó aprisionar ni cegar por una mentalidad de partido, sino que, sin prejuicios, sin medios de poder, sin pretensión de fuerza, sino simplemente de hombre a hombre, llega hasta el Sultán, convencido de que también él, como cualquier hombre, en el fondo buscaba honradamente el camino de la salvación. 
Y no discutió ni polemizó con él, sino que presentó simplemente ante él su testimonio cristiano.

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San Francisco de Asís y Malik al-Kamil según un grabado del ilustrador francés Gustav Doré

 

En segundo lugar, Francisco se encontró en el campamento de sus hermanos musulmanes con una costumbre religiosa que le impresionó grandemente y que él con gusto habría trasladado al occidente cristiano. Se trata de la llamada a la oración que el muecín proclama de madrugada, al mediodía, por la tarde, en el crepúsculo y a la noche desde el minarete, y que el pueblo entero respeta haciendo su oración con numerosas inclinaciones (salât).

Francisco trató de introducir de modo semejante una especie de llamado a la oración en occidente. Así lo quieren ver los autores cuando él escribe en su carta a los custodios de su orden: “Debéis proclamar y predicar su alabanza a todas las gentes de modo que a cada hora y cuando suenan las campanas, todo el pueblo en toda la tierra tribute siempre alabanzas y acción de gracias al Dios omnipotente.”

Francisco volvió a Asís con un profundo respeto hacia los “sarracenos” a los que ha conocido como creyentes. Por eso luego dirá: “La misión es escucha y comunicación; es vivir con los otros; es abrir los ojos a la realidad de los “otros”; es creer que el reino de Dios está ya en medio de nosotros, en profundidad, en toda persona, aunque esta no sea cristiana; es estar abiertos y disponibles para la justicia y para la paz; es dar y recibir al mismo tiempo”.

 

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